Toda mi vida desde que tengo uso de razón siempre tuve un sueño: ser madre
Cuando era pequeña jugaba a estar embarazada, me pasaba con mis muñecos todo el día a cuestas como si fueran bebés de verdad, incluso soñaba con el momento del parto o con un niño que me llamara mamá.
Según iba creciendo mis ganas de convertirme en madre eran mayores, pero la realidad es que cuando tenía un niño delante de mí era otra historia.
En muchas ocasiones cuando los atendía en el trabajo lo cierto es que no tenía ni idea de cómo hablarles o qué hacer para que no lloraran. si eso pasaba entraba en pánico.
Los peques se me daban muy mal. En el momento de convertirme en madre tenía muchas dudas y muchas preguntas sin respuesta.
Veía a mi alrededor y todas las mujeres tenían un instinto muy desarrollado. ¿Por qué yo no? En cuanto veían a un bebé todas iban corriendo a verle, hacerle carantoñas, incluso a cogerle para jugar con él. Yo me quedaba ahí de pie como una verdadera estatua. Como veis era todo un caso.
Me quedé embarazada y mi embarazo fue una experiencia increíble que por mucho que lo cuentes no hay palabras para describir esa sensación. ¿Cómo puedes querer tanto a alguien sin siquiera conocerle?
Pero en muchas ocasiones dudaba de mí misma y de mi capacidad para enfrentarme a lo que se avecinaba.
El día que di a luz fue muy raro para mí. Fue por cesárea ya que venia mal colocado. Me lo sacaron, lo vi 3 segundos y no lo volví a ver hasta 3 horas después. esa sensación de sentirte vacía y no tenerlo en tus brazos... fueron las 3 horas más largas de mi vida.
Al llegar a la habitación ya estaba vestido, había hecho el piel con piel con el papá... Eso me marcó mucho.
Cuando por fin podía tenerle en mis brazos la sensación era extraña, estaba muy feliz y muy rara al mismo tiempo. Recuerdo unas palabras muy sabias que me dijo alguien muy cercano, no de forma exacta pero decía algo así:
"No idealices el momento del parto porque cuando llegue no será como esperabas. Te sentirás muy rara cuando le tengas en tus brazos"
Cuánta razón hay en esas palabras.
Al día siguiente me costaba un mundo levantarme, por lo que también me perdí su primer cambio de pañal y su primer baño. Me lo estaba perdiendo todo, no era capaz de ocuparme de mi propio hijo. Así es como me sentía: la peor madre del mundo.
Al llegar a casa y estar mi chico y yo a solas con el niño la cosa fue cambiando, pero me costaba todo un mundo. Por si fuera poco la lactancia no era nada fácil y no se enganchaba, así que tenía que reforzar con bibe por estar bajo de peso y me sentía aún peor.
Hasta que llegó la noche y empecé a darle el pecho. El papá dormía y estaba sola ante el peligro jajaja.
De repente se enganchó a la primera, debía tener mucha hambre.
Pues fue ahí, en ese preciso instante en el que todo cambió. Le miré, él me miró y una pequeña lágrima recorrió mi mejilla.
Todo el miedo, la frustración y ese sentimiento de no poder con lo que se venía desapareció. Empecé a sentir algo muy distinto: amor profundo, de protección... no podía creerlo. Él estaba hecho para mí y yo para él. Las cosas ya tenían otro sentido.
Los días pasaban y mi seguridad aumentaba. Hacía cosas sin siquiera tener que pensarlas. Era algo fuera de lo normal. Como si mi bebé hubiera estado conmigo siempre.
Me alegro tanto de haber hecho lactancia materna... esos momentos eran solo nuestros, de nadie más.
La naturaleza es muy sabia y te da lo que necesitas en el mismo momento en que lo requieres.